Uno de mis poetas simbolistas favoritos, que descubrí gracias a la Antología de poesía rumana contemporánea de Darie Novaceanu:
“… Ay, todos mis sentidos se enervaban fantásticamente, pero en lo lúgubre de la sala se reían sarcásticamente, Poe y Baudelaire y Rollinat” (George Bacovia).
A fines del siglo XX, «el fantasma del simbolismo recorría Europa»: Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé, entre otros, comenzaban en Francia la renovación de la poesía, estancada en normas estrictas y académicas. Por la utilización del verso libre y de símbolos (de ahí el nombre del movimiento, que toca a otras artes, como la pintura) la poesía pasa a manos de vagabundos, de bohemios y en cierta medida fugaces poetas, a decir de Guerin: «arrojados de exilio en exilio sin jamás tener morada segura», aquellos que eran capaces de explorar todos sus demonios, además de efectuar una ácida crítica a la sociedad de su tiempo.
A través de “un inmenso, largo y motivado desorden de todos los sentidos», Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Jules Laforgue, Tristán Corbière, entre otros, se apoderaban justamente de lo que era inasible, diferente, en palabras de Baudelaire : «arrojarme al fondo de un abismo ignorado, ¿qué importa cielo o infierno si puedo encontrar algo nuevo?«. La protesta por la condición caída del hombre, la cualidad “iluminadora” de la poesía y la utilización de material onírico son ciertamente contribuciones del simbolisimo a corrientes futuras como el surrealismo.
El mito de los «poetas malditos» comenzó con la publicación en 1884 con una serie de biografías de poetas simbolistas efectuada por Paul Verlaine y desde ahí, jamás terminó. Aumentó con el conocimiento de la vida de poetas como Rimbaud, “enfant terrible” de la poesía simbolista, que escribió toda su obra durante sus primeros 20 años de vida.
Sin embargo, fuera de Francia existieron grandes poetas simbolistas que fueron injustamente olvidados. El idioma, que produjo la falta de traducciones al español de su obra y en general una ignorancia de la vida cultural de los países que no sean los de siempre (Inglaterra, Francia, Alemania y España) entre otros factores, han contribuido que un poeta destacado como George Bacovia, rumano (1885- 1957) sea prácticamente un desconocido.

De nombre George Vasiliu, fue por formación un simbolista, si bien en su época comenzaba la poesía rumana moderna. Estudió Leyes, pero jamás se recibió. Tuvo una vida muy dura, continuamente enfermo, lo que sin duda contribuyó a agriar su carácter y se vio reflejado en sus sombríos poemas. Lo que probablemente lo salvó del suicidio, fue casarse en 1928 con Agatha Grigorescu y ser transferido a Budapest donde ella trabajaba como profesora. La devoción de su mujer por él fue extraordinaria, escribiendo después de su muerte, una biografía sumamente detallada del poeta.
Su primer libro de poemas «Plomo» fue publicado en 1916 y fue premiado por el Ministerio de Arte rumano. Enseguida siguieron “Trozos de noche”, “Chispas Amarillas”, “Con Vosotros” y “Comedias de Verdad”. Su poesía usa muy pocos elementos (en eso recuerda a Laforgue), utilizando palabras clave que repite obsesivamente (metal, nieve, sangre, tristeza) lo que otorga a sus poemas una sonoridad rara, con un tono inusual que se va marcando cada vez más hasta terminar como un grito en el tímpano. La originalidad sombría que se concreta en su obra hace que la atmósfera particular que producen sus poemas sea llamada «bacoviana», en ella: «siempre llueve, las hojas caen, los cuervos vuelan por el aire sobre las calles y las procesiones fúnebres, los amantes enloquecen, los niños enferman, los cuerpos se descomponen y todo se vuelve sobre sí mismo, agoniza y muere».
Bacovia cantó siempre a la lluvia, al invierno, a los suburbios y a la muerte. Puede recordar un poco a Edgar Allan Poe, pero no podemos efectuar comparaciones tan a la ligera, la poesía de Bacovia es profundamente original, sonora y evocativa. Refleja la percepción de un hombre profundamente atormentado, pero capaz de encontrar una belleza calma en paisajes que para otros serían pesadillas. No resulta entonces accidental que su poema «Cansado» sea la expresión del deseo estético de su propia muerte, en mayo de 1957 mientras los ruiseñores cantaban en el árbol de su ventana y su esposa fiel sostenía su mano, Bacovia se deslizaba a visitar su propio y personal Invierno.
Cansado.
Amor mío, he venido otra vez…
pero ahora apenas me muevo
Abre el clavicordio y cántame
una canción de muerto.
Si me derrumbo sobre las alfombras
en el triste, callado salón
sigue tú cantando amor mío,
monótona, lentamente.
Plomo.
Reposaban profundamente los ataúdes de plomo
con sus flores de plomo, su funeral adorno
Estaba solo en la tumba y hacía viento
y crujían las coronas de plomo.
Dormía reclinado mi amor de plomo
entre flores de plomo y empecé a gritar
Estaba solo junto al muerto y hacía frío…
Y colgaban las alas de plomo.
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