Favoritos_MB_webEn la lógica de continuar recuperando artículos escritos para Goetia y perdidos en «océanos de tiempo», rescaté este ensayo donde reflexionaba sobre la literatura gótica como literatura de castillos…

«No tengo un castillo, hago del espíritu inamovible mi castillo».

En este ensayo sobre lo que entendemos cuando hablamos de «gótico» encontramos la llamada literatura gótica, un género en el cual la figura del castillo predomina al principio como el escenario perfecto, produciendo la atmósfera adecuada, sombras imponentes y oscuras, que nos transportan a otro tiempo, a una posibilidad de existencia especular, donde los protagonistas enfrentan una interrupción repentina en su existencia diaria.

Este motivo aparece entonces como el «otro lugar», produce el ambiente opresivo y claustrofóbico, siendo un lugar de tradición y derecho; a menudo mayor que el tiempo. Hasta cierto punto nos recuerda un lugar fijado en el tiempo, un anacronismo, el lugar oscuro: la cueva en la que el héroe debe entrar para rescatar a su dama o enfrentarse al monstruo primordial, el dragón, que le espera enroscado. Si falla, se queda allí, en una especie de letargo (recordemos a Jonathan Harker en el castillo de Drácula). Y si triunfa, el castillo se derrumba tras él.

48921902318_909cbabf83_b
Castillo de Bran, Rumania (foto de: https://flickr.com/photos/abariltur)

En un principio, los castillos han sido escenarios favoritos de la mitología, cuentos de hadas, del folklore y las leyendas (1), todos antecedentes directos de la literatura gótica temprana (que algunos incluyen en la literatura de horror). Eran lugares donde las mujeres dormían un sueño encantado por cien años, con la esperanza que terminaría con una vieja maldición, mientras las espinas de las rosas devoraban su dormitorio. Lugares favoritos donde iban los jóvenes que querían saber el miedo (y encontraban la muerte). Escondites perfectos para corazones en huevos o vírgenes curiosas muertas. Ruinas defendidas sólo por fantasmas … Lugares de ensueño, siempre evocadores y distantes. El castillo como figura no hizo más que recordarnos que caminaríamos con cuidado… En los textos de esta Edad de Oro, subrayo una historia moderna que nos recuerda estos cuentos de hadas: «El Castillo de los destinos cruzados» (Italo Calvino) donde mediante un mazo de Tarot se van contando las historias de todos los viajeros que llegan hasta  el castillo, la mayoría perdidos y después de vagar mucho tiempo, son transportados a un «otro lugar», de donde saldrán transformados.

Después de los cuentos de hadas, tenemos la literatura gótica, donde el castillo es el lugar donde desarrollamos la historia y que proporciona la atmósfera. Aquí, lo que es cotidiano se rompe violentamente, teniendo lugar eventos sobrenaturales de variada índole como apariciones espectrales de fantasmas vengativos. En el castillo vive además el antagonista que invita o atrae a la heroína, donde la mantendrá en contra de su voluntad hasta la aparición del héroe, a menudo un joven desheredado y un prototipo del caballero romántico. Aquí hay ejemplos clásicos como «El castillo de Otranto« (publicado en 1764) por Horace Walpole, una novela que comienza  el género según muchos autores o «Los Misterios de Udolfo» (1797) por Anne Radcliffe (2). Los castillos de la literatura gótica temprana representan la erupción o el anclaje de lo que es sobrenatural en lo cotidiano, como sucede con el Castillo de Drácula, que se basa en el paisaje y nos muestra gráficamente la antigüedad y la ascendencia de los que viven en sus torres, a menudo una nobleza venida a menos. Otorgan el ambiente perfecto, son fortalezas, lugares de carácter privado y distantes que no pertenecen a esta época, pero sí a una mítica (a menudo en la literatura gótica, estas son residencias de antepasados ​​de las cuales poco y nada es conocido, excepto por imágenes polvorientas y descoloridas que adornan las paredes) y si deben caerse, se llevarán a sus habitantes con él (a menudo literalmente). Los castillos están hechos para ser abandonados …
«El castillo se percibe como un lugar horrible que se vuelve amenazador por la inexistencia de lo que se consideraba tan sagrado». Ofenden el orden humano y la fe del narrador. Es por eso fácil imaginar cuáles son los horrores que no se mencionan en sus bodegas, en sus vastas habitaciones, en sus torres, en sus salas de tortura … Los castillos son una invitación abierta a la trasgresión de la moral de la época, como vemos en los castillos del Marqués de Sade, por ejemplo: «Los 120 días de Sodoma» (1785). La distancia y su inexpugnabilidad eran razones por las que el Señor del castillo era Señor de sus dominios (aunque no de sí mismo).

El resultado singular de esta tradición de castillos se trasplantó al Nuevo Mundo, ya no en forma de castillos (extraños al paisaje y demasiados recordatorios de estructuras ya volcadas), sino casas familiares, que albergan dinastías, a menudo moribundas (tema repetido, como ya hemos visto). Este motivo es especialmente claro en las obras: La Casa de las Siete Buhardillas de Nathaniel Hawthorne (publicada en 1851): donde la casa en la que viven los Pyncheons es el testigo silencioso de la maldición familiar que el dueño legítimo les hizo padecer, durante los famosos procesos de brujas de Salem (el propio Hawthorne fue bisnieto de uno de los jueces más feroces durante los procesos de brujería).

descarga
La Casa de los Siete Tejados original: https://wanderingcrystal.com/the-house-of-the-seven-gables-salem-massachusetts/

Pero sin duda la historia que mejor grafica todo esto es La caída de la Casa Usher de Edgar Allan Poe (publicada en 1839): la triste casa familiar alberga descendientes discapacitados debido a la endogamia y la casa nunca aparece directamente, el narrador sólo ve su reflejo. Está en un lago (un lugar que, como sabemos, alberga a los monstruos de nuestra psique, el caos primitivo, lo indeterminado). Los dos hermanos mellizos (Roderick y Madeleine) y la casa comparten la misma alma y cuando uno de ellos muere, no hay otro final en que la casa se desplome al lago (entre fuego y escombros) y que asuste al narrador, que escapa de este lugar de pesadilla (aunque la lleva consigo en sus recuerdos).
Podemos ver cómo la casa (o un castillo o una mansión) es un lugar de terror porque ya no es el lugar que conocíamos, algo lo ha cambiado y las paredes proyectan sombras desconocidas. Es el mismo lugar pero no lo reconocemos como nuestro hogar. Esto se verá claramente cuando los castillos y mansiones se transformen en una representación de la mente.

Si en un principio la literatura gótica era una forma de canalizar historias de terror,  poco a poco se descuida lo sobrenatural y se interna en los complejos rincones de la mente humana, el castillo más inexpugnable de todos. Lo que antes era demoníaco, podemos verlo como una manifestación de un deseo inconsciente, como en la famosa historia de Julio Córtazar: «Casa Tomada» (donde los hermanos ceden y ceden hasta que terminan fuera de su casa, fuera de los límites de su propia racionalidad; según algunas interpretaciones de la historia, una clara indicación de culpa ante el incesto).

Entonces los castillos devienen en simples estructuras que se retroalimentan sobre sí mismas, que albergan lo absurdo. Lo sobrenatural se ha convertido en natural y humano, aunque no por eso nos deja el horror. La burocracia y el totalitarismo destruyen al hombre que cae y las innumerables partes del castillo no significan nada para nosotros. Es una estructura seca. Aquí tenemos, por ejemplo, los castillos en la obra de Kafka y el Gormenghast de Mervyn Peake.

De esta manera podemos darnos cuenta de cómo se refleja la figura del castillo, su presencia y evolución en la literatura gótica, en palabras de Peter Straub: «probablemente la metáfora más rica que tenemos para referirnos al cuerpo, en mente y civilización «.

Notas:

  1. Este tema es tratado en detalle y precisamente por David Day en su libro «Castillos de Leyenda». Ilustrado por Alan Lee. Timun Plus. 1990
  2. HP Lovecraft de alguna manera revisa esta relación en su libro «El Horror sobrenatural en la literatura». Editorial Fontanamara. 1995. Y algunos autores como Lord Dunsany, Algernon Blackwood o Arthur Machen, hacen de esta relación (folklore, cuentos de hadas y literatura gótica) un material importante en la creación de sus obras.

7 comentarios en Favorito: Literatura gótica como literatura de castillos

  1. Aún más cerca nos queda El castillo de Perth de Braulio Arenas (que algun dia sera mas valorado mas alla de su caída en desgracia en sus ultimos años).

Responder a malditaberna Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *